lunes, 23 de agosto de 2010

PREGUNTAS PELOTUDAS Y DISQUISICIONES BENDITAS



¿Dónde termina el océano?
¿En donde creemos que termina? ¿Es tal cosa prescindiendo de su poética, de los caracoles, de las carabelas, de los cuentos de piratas? ¿Dónde voy si nado bajo el agua hasta donde se me acaba la vida? 

El agua la veo, intuyo la forma, su consistencia la palpo; el espíritu lo invento según convenga. Todo lo inabarcable debe caber en una explicación: Océano.

Digo, ¿y caminar sobre el agua? Por muy gallito que seas, por muy ‘Hijo de’, ‘Tú’ eres quien eres en tanto el resto es lo que es, Cristo bendito, también Tú necesitas un océano, que te identifique, que te señale como Verdad. También la respetable mar deberá ser lo que es, la noble mar, que no te mojará de lejos. No te le acerques Cristo. 

Y verás que es imponente, que es calmo, tormentoso. Y no verás tampoco tú, lo que nadie vio porque... porque tampoco lo verás. 

Y vacacionarás frente al mar. 

Igual que ha hecho tu abuelo. Y te preguntarás las mismas pelotudeces. Dónde termina... ¿Hay pique? ¿‘Aguaviva’? Los abuelos son todos unos pelotudos. ¿No te parece veraneante? 

Así como una vez en la vida habrá que estar frente al mar, y preguntarse pelotudeces, así, habrá que veranear al borde del pensamiento, ahí nomás del pensamiento. Y preguntarse. Pelotudo. 

Habrá que acampar al borde del pensamiento y consultar al pelotudo que allí estuviere... ¿Hay pique Don? Aguavivas dirá. Sólo aguavivas. 



                              Marco Lipiochella, sus vuidas e hijos.

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