domingo, 18 de abril de 2010

BIOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA DEL PLACER SEXUAL

       La naturaleza es práctica, no empírica, debe basarse en lo concreto, no en lo abstracto; entonces, los 'apéndices' sexuales y sus consecuencias deben 'imitar' o exacerbar sensaciones previas, circunstancias preexistentes. De tal modo, el placer sexual es la 'imitación' o 'exacerbación' de alguna circunstancia que se cuenta previamente en la naturaleza; ésta no puede 'imaginar' el placer, sólo puede reproducirlo.
No existe tal cosa como 'don', como 'bien divino', sino como resultado de la experiencia; por ende, no puede ser anterior a ella. Es así como la naturaleza ha experimentado el placer y lo reproduce. La pregunta: ¿cuál es el origen del placer sexual que los mecanismos pene y clítoris reproducen? En caso de una mera 'exacerbación' máxima de una arcaica pequeña sensación mediante los órganos del placer, también se requeriría la preexistencia de un 'pequeño órgano', lo cual es una paradoja imposible en el terreno de la naturaleza pura; el órgano es posterior al placer.

       Algunas inferencias sueltas. El ser humano idolatró sus órganos de placer instituyendo lo fálico como monumento. La vuelta a la vagina es un arcaísmo que comienza con el refugio dado por la caverna y que continúa al transponer una puerta hacia cualquier interior. Desde siempre hemos gozado del sexo y enfrentado sus consecuencias. El fruto del coito fue sacralizado por las religiones, tanto el placer sexual como la descendencia filial. La consecuencia del 'conocimiento' de una mujer, eufemismo bíblico que refiere a la fecundación por parte del hombre, sea en forma de goce o de nueva progenie, tiene vinculación directa con lo religioso, tanto como la abstención sexual, que es promocionada por el cristianismo como una concesión a la divinidad. El oriente ha concebido el paroxismo del éxtasis sexual como un estado 'divino' o 'paradisíaco'. La teología y la mitología greco-romana consideraban el sexo de índole tal que, según los hombres, sus dioses y arquetipos actuaban por ese impulso tanto como el más humano de ellos; pecaban por pasión y concebían otros dioses y hombres como cualquier mamífero; curiosidad que señala el carácter con que los pueblos que originaron nuestros principios morales y teosóficos consideraban lo sexual; en este sentido cabe inferir que la representación antropomórfica de estas deidades corresponde a la necesidad humana de permitirles consumar su prolífica actividad sexual. Para el mundo judeo-cristiano, todo devino del primer pecado sexual, el de la manzana. La odisea del hombre, según narra la Biblia, depende en gran medida de la debilidad de su carne. La ambigüedad de términos y conceptos lleva a que 'amor' sea lo que se le debe a la deidad, tanto como al cónyuge con quien no será pecado yacer. Haremos el amor y amaremos a Dios. Se concibe y fecunda con amor; se fornica con pasión, pasión de padecimiento, como el calvario de Cristo, su pasión. Dios es amor, siendo que amor es tantas cosas para la religión. María, la virgen, no fue fecundada por la vía natural, el Dios fecundador de ella no requirió de mecanismos prácticos, ni los necesitó ella para concebir; lo hicieron 'sin pecado', apuntándonos a todos los demás. Los sexualmente todopoderosos dioses greco-romanos, y la versión asexuada judeo-cristiana de la deidad, exponen la magnitud en trascendencia que el hombre asigna al placer sexual, siendo éste último 'la manzana'; el ansiado fruto cuya aparición, henchida de múltiples significantes, requiere de trabajoso esfuerzo, de padecimiento en deseo y de ardua estimulación.

       El placer sexual impera, diezmando su invasión la sobrevida de cualquier otra sensación. Su apetencia nos impulsa como ninguna otra. Hemos quedado, desde el principio de los tiempos, hincados ante su estremecedora idea. Así, en semejante reverencia, no comprendemos su terrenalidad. Tanto se nos representa 'metafísico' o 'divino', que nunca lo hemos desafiado analíticamente. Queda por ser develado, ¿dónde encontró la naturaleza abrevadero para tal fuerza? ¿Qué satisfacción física arcaica pudo haber multiplicado, imaginándola gigante? ¿Surgió de la saciedad alimentaria? ¿De la plenitud propia del descanso? ¿De la eléctrica ufanía de desperezarse? ¿De la narcótica delicia de rascarse? ¿Habrá replicado en su prodigio una hipotética energía de la que provenga la vida; ó, con la que nos amalgamemos luego? Queda por ser develado, qué es el placer sexual.

       El placer homosexual. ¿Cómo entender el placer que la vía anal propone a sus cultores? Volvemos a recibir, sí, a recibir al subconciente evangelizador, que nos recuerda la condena divina a esta práctica mediante el promocionado holocausto de Sodoma y Gomorra, punición tal que su principal objeto no es contra sus muertos, sino a favor de quienes pudiéramos temer. Aunque mediante la propaganda de un prodigio completamente sobrenatural, los preceptores de esa deidad punitoria promueven enfáticamente el uso de las vías naturales. De cualquier manera y agradeciendo el apercibimiento religioso, el devaneo en este sentido es técnico. Volvemos a empezar; ¿Cómo entender el placer que la vía anal propone a sus cultores? ¿Es sexual ese tipo de placer? Y también, ¿el morbo puede devenir en sexo? ¿Dónde terminará la evolución sexual? Se ha dado que el modo en que los hombres sentimos placer ha ido reformándose según el hombre mismo cambió. Probablemente el primate carnívoro hallase el placer en la carne sangrante de su presa, arrancándole parte del cuerpo todavía vivo con su poderosa dentición. Al hombre de hoy le apetece, digamos que más, sentarse a una mesa bien puesta y disponer de alimentos que quizá repugnaran a su primitivo 'contraste'. En virtud de eludir la redundancia evitaremos incorporar otros ejemplos, confiando en que el principio aludido permanecerá subrayado, a saberse, 'el hombre ha cultivado placeres y oportunamente los ha modificado'. La mera satisfacción dejó de bastarle y buscó la nueva plenitud en el placer. Según postulábamos, los órganos del placer sexual han ido a perseguir sensaciones para funcionar como 'amplificadores'. De ese modo es probable que el organismo futuro haya incorporado nuevos órganos del placer. La boca humana cuenta con dientes caninos ostensiblemente reducidos respecto a los de sus ancestros; las células gustativas de nuestras bocas están particularmente adiestradas en captar matices cada vez más finos; es probable que las células gustativas de un homo-sapiens sean incluso más y mejores que las de sus pretéritos ancestros. El cuerpo venera los placeres y los atiende mediante órganos mejores o específicos. Sucede, aparentemente, que el placer tampoco alcanzará, y es probable que nada lo haga jamás, siendo quizá realidad que el ser humano y su morfología misma no se estacionarán. En este sentido, no habrá una voz científica que niegue lo siguiente: el cuerpo humano variará en relación con el avenido sexo, también homosexual.

       Hasta aquí lo probable; siendo esta condición, ‘probable’, atributo del postulado cuya concreción es factible en desmedro de su no operación: el cuerpo humano se modificará en virtud de incorporar la variante homosexual a su naturaleza física. A partir de aquí, una idea que se me representa posible. La raza oportunamente se dividirá en tres variantes; los primeros, quienes se abstengan del 'sexo por placer'; los segundos, quienes lo practiquen festivamente; los terceros, quienes se vuelquen exclusivamente hacia la búsqueda del placer homosexual. Los primeros sufrirán diversas alteraciones físicas y psíquicas, en el camino de la grisácea palidez de las monjas de clausura, y de la propiofasia del sacerdote sexualmente abstemio. Los segundos resignarán toda evolución intelectual, quizá deviniendo el fenómeno en involutivo. Los terceros; en cuanto a ellos me figuro la idea de que se replegarán en una única nación que 'institucionalizará' su modalidad. Todas las formas coexistirán sin interacción. En una cantidad determinable de generaciones, los cuerpos presentarán los primeros cambios. Las eras terminarán modelando los nuevos 'exponentes'. Los primeros, con sesos evolucionados hacia el pensamiento abstracto, hacia la reflexión, las artes intelectuales y las tecnológicas; sus genitalidades habrán rescatado de la atrofia la capacidad de reproducirse una única vez en la vida. En cuanto a los segundos, verán reducida su capacidad intelectual, habiéndose concentrado los tiempos en la eficacia de sus órganos sexuales. Los terceros presentarán, además de los órganos sexuales aceptados por las iglesias ortodoxas, alguno de naturaleza anal.

NOTA DEL AUTOR: No postulamos con esto último que crecerán el pene y la vagina, el clítoris o los testículos; mucho menos que vaya a hacerlo el ano válgame Dios.

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