lunes, 19 de abril de 2010

DERECHOS INCONSTITUCIONALES

      En relación con los derechos, y según mi parecer, existen dos grandes grupos sociales. El primero, el de quienes tienen algunos de sus derechos constitucionales satisfechos. El segundo, mucho más grande que el primero, el de quienes tienen casi ninguno de los derechos que reconoce la constitución, plenamente satisfecho. Además, aunque sin alcanzar al número suficiente como para clasificar como “grupo social”, es indudable que existe también una pequeñísima minoría, que, casi siempre, preferiría estar rodeada de mucha menos gente.
Son quienes tienen satisfechos todos los derechos a los que, sensatamente, se puede aspirar.

      Permítame que lo conduzca, con la menor torpeza que me sea posible, por un camino de sutilezas. Cosas en las que se puede pensar sólo de este lado de la constitución, del lado a que nos aferramos quienes tenemos algunos de nuestros derechos satisfechos. Voy a comenzar por referirme a nuestros "derechos inconstitucionales”.

      Cada uno de nosotros dispone de absoluta libertad, en tanto se desenvuelva según la legalidad. Pero, ¿no se siente usted con algún derecho a tomar un café con esa persona a la que nunca pudo amar? Es cierto que un título de propiedad adjudica absoluto derecho a disponer plenamente de un bien, pero, ¿con qué derecho se nos puede impedir el acceso a la habitación en la que transcurrimos nuestra niñez? ¿No nos pertenece de alguna manera?, por supuesto, lo anterior, inconstitucionalmente hablando.

      Pero no son "nuestros derechos inconstitucionales” los que me mueven a esta reflexión. En tanto avance por este camino, intentaré profundizar, hasta alcanzar los del inmenso grupo de quienes tienen casi ningún derecho constitucional plenamente satisfecho, que es el propósito de este ensayo.

      Comencemos por analizar qué es una constitución. Las constituciones surgieron en las sociedades incipientes, como una manera de establecer un orden. De institucionalizar lo que, desde entonces, sería el derecho. Enunciaban normas y principios que regirían para todos, endilgándose, hasta hoy, la cualidad de ser “ecuánimes”. “Tenemos derecho a vestirnos, a aprender, a disponer de salud, de trabajo, de nuestra propiedad, etc.” Pero es claro que, en realidad y muy dolorosamente, ni en aquellas sociedades ni en la nuestra, podían ser aplicables a todos. Entonces, lo que en la práctica hicieron, fue establecer los nuevos derechos de los que podían tenerlos. “Tengo derecho a vestirme, a disponer de salud, de trabajo, de mi propiedad, etc.” Nadie podría ya interponerse en la legalidad sobre la que se sustentaría el nuevo e inquietante orden: “Yo puedo, aunque usted no pueda”.

      Pero, encauzando esta reflexión, ¿cómo hubiera sido una constitución dictada por aquellos que no podían tener derechos? ¿Cómo sería la legalidad, si esa hipotética constitución hubiera versado: “Yo no puedo vestirme, no tengo acceso al conocimiento, no dispongo de salud, de trabajo, de propiedad, y tengo derecho a conseguirlos”?

      El hombre siempre se alejó de lo que él mismo instituyó como “Justo”, poniéndose en evidencia que nuestros ideales suelen ser incompatibles con este nosotros. Deviene entonces que el concepto “Justicia” probablemente haya nacido para ser una utopía, tanto como el hombre mismo. De cualquier manera, las cosas podrían estar mejor.

      Actualmente, los integrantes de nuestras sociedades -las que establecen el “Modo Patrón”, y las menos actualizadas, que pretenden reflejarlo- participamos de un juego perverso, en que las reglas y la trampa son lo mismo, precisamente esta justicia, que dictamina mejores a fuerza de goles, inocentes a fuerza de estratagemas, y protagonistas a fuerza de terceros (de ahí Tercer Mundo, el que no participa), divinizada como un Elefante Blanco, pero escudriñada toscamente, desde nuestras remotas aberraciones, como miraban a las estrellas los primeros astrónomos.

      La Justicia Final, haciendo gracia de una oportunísima humildad, el hombre la delega a manos de sus Dioses. Mientras tanto, se sirve de sus dictados, pero según cuestionables interpretaciones. Por ejemplo, ¿previó Dios un mundo en el que existiría la necesidad de robar, o el “No Robarás” habrá significado, “no necesitarás lo que no sea tuyo, porque tu mundo será justo”? Si así fuera, muchas veces lo que para nuestra justicia es robar, para Dios sería Justicia. Así, me pregunto si habrán sido mandamientos los que nos fueron dictados, o si fueron en realidad alegorías al mundo que se nos delegaba. En ese caso, “Será tal que no cabrá La Envidia” según nuestra interpretación habría devenido en “Tú, que eres envidioso, no envidiarás”. Antepusimos al hombre, "medida de todas las cosas",  que mientras juega “el Juego de los Justos”, escribe sus tablas de la ley. Yo, que sólo percibo, pido a Dios un Galileo por este lado.

      Pero dejemos de lado la hipótesis. Es un hecho que las constituciones parecen clubes privados, esos que sólo permiten la permanencia a miembros y acompañantes. Para la inmensa mayoría de la gente, alcanzaría con una primera página que dijera “Prohibido Pasar”.

      En ese sentido, el de la no pertenencia, es aceptable tolerar algunas cosas. Que nos resignemos a tener estructuralmente insatisfechos algunos “derechos inconstitucionales”. Podemos aceptar que un automóvil no es para uno. Pero, ¿podemos aceptar que un sándwich, una vez por día, es un derecho inconstitucional? ¿Puede un miembro de nuestra raza aceptar que el fuego no es para él? ¿Que la rueda no es para él? ¿Que las herramientas y los metales no son para él? ¿Que la salud no es para él? ¿Que la máquina, la combustión, la electricidad, el teléfono, el átomo y la computadora no son para él? ¿Que la luna no fue para él? ¿Puede un hombre abstenerse de los derechos de su especie, aunque su constitución le imponga condiciones para acceder a ellos? A esta pregunta, conducía este ensayo.

      ¿Debemos simplemente aceptar que el Homo-X abortó al Homo-Sapiens, o podemos esperar que el Homo-Sapiens encuentre sistemas más justos? Prefiero confiar en esta segunda opción. Me pregunto cómo sería vivir en una sociedad, de humanos, en la que se pudiera tomar un café con la persona que nunca se pudo amar, volver a la habitación en la que se creció, disponer de los fármacos que fueran necesarios, donde la comida estuviera condicionada sólo por el hambre, amparados por un verdadero marco legal, tal que no descansara sobre “Derechos Inconstitucionales”.

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