lunes, 19 de abril de 2010

EL DENGUE

        ¿Tiene usted algo que decir acerca del dengue? ¿Quiere que le reserve un lugarcito aquí para que usted también haga constar su triste lamento? ¿O se identifica suficientemente con los rostros contracturados de los ‘presentadores de dengue’ televisivos? Muchachos... Muchachitos...
...A veces, son... Yo voy a ayudarte a comprender. No porque vos seas... ...ni porque yo sea... ...tampoco. Quizá haya sido la suerte de haber recibido una formación clásica -¿viste?. tanto ‘‘'amor libre y rock and roll‘'’; mirate ahora- la fortuna de haber establecido cimientos en una familia bien constituida. Pero no nos distraigamos en analizar este incómodo contraste, el por qué ‘algunos sí y otros no’ es un asunto fragoso. Modestamente yo, los guiaré por una comarca que lamentablemente está vedada a la mayoría: el entendimiento. Juntos arribaremos a certezas o convicciones, que en adelante denominaremos ‘conclusiones’. ¡Adelante amiguitos!

        ¡¿Quieren que hablemos del dengue?! ¡Bueno! ¿Qué dirían ustedes? ¿Es causado por el empecinado mosquito ese? ¡Claro que no muchachitos! El mosquito es inocente. La propia existencia del agente patógeno –en este caso un bichito llamado virus- debe atribuírsele a Dios. Él, en su carácter insondable, da lugar a estos ‘misterios’ que no nos es dado comprender. Pero, que ese infausto microorganismo ‘haga pata ancha’ en nuestras miserias y barredales, eso nada tiene que ver con el mosquito transmisor ni con Dios nuestro Señor.

        Damas y caballeros, amiguitos y amiguitas, entendamos por este ‘cacofónicamente escalofriante’ nombre, ‘dengue’: pobreza, crisis educativa que lleva a clientelismos que arrean a la pobreza sempiterna; corrupción, como el peor virus social que puede padecer una comunidad denominada, con cuidado, ‘en vías de desarrollo’. Ese es el hábitat que convoca al tenebroso mosquito que transmite al malévolo virus que Dios creó. ...Qué muchachos estos...

        Lógicamente, lo anterior no debe ser interpretado como una diatriba contra las medidas regulares para liquidar  -hasta las últimas consecuencias- al endiablado insecto transmisor. ¡Fumiguen señores! ¡Fumiguen!

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